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"LINKEDIN: LA RED DE LOS HUMILDEMENTE INFLADOS Y PROFESIONALMENTE ILUMINADOS"

Por: José Manuel Vecino P.*

Al principio era la promesa: una plataforma para conectar profesionales, compartir ideas, hacer networking genuino, ampliar el espectro de oportunidades laborales y, por qué no, dejarse ver por reclutadores con olfato fino.

LinkedIn nació como ese espacio digital donde uno podía hablar en serio del mundo del trabajo sin toparse con memes de gatos o con la última indignación colectiva de Twitter. Era casi sagrado: tu foto más sobria, tu titular más honesto, tus logros reales contados sin fuegos artificiales. Pero luego… ocurrió la metamorfosis. LinkedIn dejó de ser una red para mostrar lo que haces y pasó a ser una vitrina de lo que te gustaría que los demás creyeran que eres. Hoy, ingresar a LinkedIn es como entrar a una pasarela infinita de egos maquillados: nadie fracasó jamás, todos están en proceso de reinvención, cada quien es CEO de sí mismo y hasta el que recién terminó una pasantía de verano ya figura como “co-founder” de una idea que no pasó de la servilleta.

Es imposible no notar que el tono de la red ha mutado hacia una especie de autoayuda corporativa permanente. Aquí todo el mundo tiene una lección de vida que compartir, preferiblemente contada en formato de anécdota exageradamente emocional: “Una vez me caí de la bicicleta, y aprendí que en los negocios como en la vida, lo importante no es cuántas veces caes, sino cuántas veces te tomas una selfie mientras te levantas”. Y claro, le siguen 18 hashtags cuidadosamente seleccionados para que el algoritmo se entere de que esta reflexión no es cualquier reflexión, sino una joya viralizable.

El profesional contemporáneo en LinkedIn no solo trabaja: “impacta”, “inspira”, “transforma”, “lidera con propósito” y “empodera desde la vulnerabilidad”. Si uno creyera todo lo que se publica allí, tendríamos más líderes que empleados, más visionarios que ejecutores, más fundadores que empresas. La inflación de títulos en esta red supera cualquier indicador económico: lo que antes era simplemente un jefe de proyectos, ahora es “Chief Project Evangelist”. Quien ayer era freelance, hoy es “CEO de mi marca personal”. Y si tienes una cuenta de Instagram con cinco seguidores donde compartes tips de productividad, ya puedes poner en tu extracto que eres “Digital Strategist con enfoque holístico en bienestar integral corporativo”.

Pero no es solo una cuestión de títulos. El problema de fondo es que LinkedIn ha dejado de reflejar el mundo laboral real para convertirse en un simulacro aspiracional, un showroom profesional donde todo está perfectamente curado para mostrar una imagen de éxito constante e inquebrantable. ¿Desempleo? No existe, es solo una etapa de “descubrimiento profesional”. ¿Despido? Una oportunidad para “reencontrarme con mi pasión”. ¿Fracaso? No, por favor, eso se llama “pivotar mi visión estratégica”. Esta semántica del optimismo forzado no solo resulta agotadora, sino que desconecta a muchos usuarios de la autenticidad. En un entorno donde todos parecen estar permanentemente motivados, resulta casi indecente mostrarse vulnerable de verdad, admitir que las cosas no van bien o simplemente decir: “No sé qué hacer con mi carrera”.

Y sin embargo, lo más irónico es que, pese a todo este decorado, LinkedIn sí tiene valor. La red sigue siendo una herramienta poderosa cuando se usa con criterio. Hay talento real, conocimiento compartido de forma generosa, oportunidades auténticas, conexiones significativas. Pero hay que escarbar mucho entre el ruido. Lo cierto es que el algoritmo premia la teatralidad: los contenidos que apelan a lo emocional, que narran historias lacrimógenas con moraleja final, que convierten cualquier trivialidad en una epopeya épica, son los que ganan visibilidad. Así que los usuarios se adaptan. Y entonces, sí: quien consiguió una beca no se limita a celebrarla, sino que cuenta cómo lloró frente al computador al recibir el correo. Quien ascendió, no agradece a su equipo, sino a “la vida, que me enseñó que el liderazgo no se impone, se gana caminando descalzo junto a los demás”. Las publicaciones más virales se parecen más a homilías que a boletines corporativos.

En este contexto, la competencia ya no es por mostrar lo que uno sabe hacer, sino por ver quién cuenta mejor su propia narrativa profesional. El contenido se ha vuelto performático: uno no publica para informar, sino para cautivar; no se comunica, se actúa. Y en ese teatro global, el que no sabe escribir un storytelling emocional, se queda invisible. La meritocracia de los méritos se ha sustituido por la meritocracia del marketing personal. ¿Quién eres? Lo que diga tu post más viral.

Algunos incluso se han convertido en influencers de LinkedIn. Sí, eso existe. Personas que no necesariamente tienen trayectoria destacada fuera de la red, pero que han aprendido a dominar su lenguaje, sus códigos, sus algoritmos. Publican a diario, lanzan frases lapidarias, se toman fotos mirando al horizonte como si estuvieran planeando salvar el mundo con una hoja de Excel y una taza de café. Son los nuevos oráculos del éxito: todo lo que dicen suena profundo, aunque en el fondo sean obviedades vestidas con palabras bonitas. Es como leer un manual de autoayuda escrito por ChatGPT pero con filtro sepia. Y detrás de ese barniz motivacional, muchas veces se esconde un vacío de ideas, una falta de pensamiento crítico o, peor aún, una desconexión con la realidad laboral que viven millones de personas para quienes trabajar no es una fuente de inspiración espiritual, sino una necesidad económica básica.

Tampoco faltan los que usan la red como diario personal. Publican cada paso, cada correo enviado, cada reunión sostenida, cada curso terminado, cada webinar al que asistieron como si todo fuera parte de una epopeya individual de superación. Y no es que esté mal compartir logros, el problema es que la sobreexposición ha convertido a LinkedIn en un escaparate permanente donde la presión por mostrarse exitoso es tan fuerte que puede volverse contraproducente. Muchos jóvenes profesionales, al ver ese desfile incesante de triunfos, pueden llegar a pensar que están rezagados, que no avanzan, que les falta algo. Porque nadie cuenta que fue rechazado 30 veces, que no tiene claro qué hacer con su carrera, que está en burnout o que simplemente no quiere “emprender su propósito”. Y si lo hacen, ya sabemos: lo cuentan con música épica de fondo, como si estuvieran en una película.

¿Y qué decir de las empresas? También han entrado en la dinámica del postureo. Publican frases de cultura organizacional que luego contradicen con prácticas internas poco humanas. Hablan de diversidad, pero su equipo directivo es homogéneo. Promueven el bienestar emocional, pero no dan una hora libre. Se visten de innovación, pero siguen midiendo el rendimiento en horas-silla. LinkedIn, en ese sentido, se ha convertido en una vitrina donde las organizaciones compiten no por ser mejores lugares para trabajar, sino por parecerlo. Es marketing reputacional puro. Hay excepciones, por supuesto, pero son cada vez más difíciles de encontrar entre tanto humo.

También están los que aprovechan la red para vender sus servicios de forma más o menos encubierta. Desde coaches de todo tipo (ejecutivos, emocionales, cuánticos, ancestrales) hasta expertos en branding personal que te prometen convertirte en “una marca irresistible en 5 pasos”. Lo curioso es que muchos de ellos venden fórmulas para destacar en LinkedIn sin haberse destacado jamás fuera de LinkedIn. Es un ecosistema autorreferencial: se validan unos a otros, se comentan entre ellos, se recomiendan como si todos fueran parte del mismo club de autoayuda corporativa con membresía digital. Es la economía de la visibilidad: si logras que te vean, existes; si no, desapareces.

En medio de todo esto, la autenticidad se vuelve un acto casi revolucionario. Decir simplemente “estoy buscando trabajo y me cuesta”, “no sé bien qué hacer”, “no me siento exitoso”, “cometí un error profesional”, es ir a contracorriente. Pero es justamente eso lo que muchos necesitamos: ver humanos reales, no versiones curadas de superhéroes laborales. LinkedIn debería ser ese espacio donde caben todas las voces, no solo las de quienes saben adornar su experiencia con florituras narrativas. Debería ser también un lugar para el disenso, para el análisis crítico del mundo laboral, para hablar de las brechas de género, de la precariedad laboral, del acoso, del miedo, del desempleo. Pero todo eso tiene poco engagement, así que se relega a un rincón. Porque el algoritmo no premia la realidad, sino la promesa.

Finalmente, no se trata de cancelar la red ni de despreciar sus posibilidades. LinkedIn es útil, necesaria y hasta inspiradora cuando se utiliza con honestidad y criterio. Hay contenidos de alto valor, personas generosas con su conocimiento, empresas que sí hacen lo que predican, redes de apoyo auténticas. Pero para que eso florezca, necesitamos menos autoensalzamiento y más autenticidad; menos storytelling forzado y más contenido sustancial; menos títulos inflados y más competencias reales; menos marketing del yo y más conversación genuina. Así que no, esto no es un ataque frontal ni un llamado a cerrar la cuenta. Es apenas una invitación: a volver a conectar con lo profesional sin disfrazarlo de épica, a mostrarnos como somos sin tanto filtro corporativo, a usar LinkedIn como una red y no como un escenario. Porque al final del día, la mejor marca personal sigue siendo la coherencia.

 

**José Manuel Vecino P. Magister en Gestión Ambiental, Especialista en Gestión Humana, Gerente de Gestión Humana, Consultor empresarial y Docente Universitario. Escríbeme a jmvecinop@pioneroslatam.com

 
 
 
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