EGIPTO: MÁS QUE UN DESTINO TURÍSTICO, UNA LECCIÓN DE VIDA Y CULTURA
- Pioneros LATAM Colombia
- 16 abr
- 6 Min. de lectura
Por: Jose Manuel Vecino P.*
Hay viajes que se sueñan durante años. Algunos, porque están en nuestra lista de pendientes personales; otros, porque están arraigados en lo más profundo de nuestras creencias, en las raíces de nuestra espiritualidad o en las páginas de los libros de historia que leímos desde niños. En mi caso, Egipto no era solo un destino: era un anhelo. Una deuda conmigo mismo. Una especie de cita con la historia de la humanidad, con los misterios de la fe, con las huellas del pasado.
Mi labor como consultor empresarial me ha llevado a muchos rincones del mundo, pero este viaje tuvo un sabor especial. No era un desplazamiento más para dictar talleres o acompañar procesos organizacionales. Era un encuentro con la cuna de la civilización, con los relatos que en mi niñez me estremecían: el río Nilo, los faraones, las pirámides, Moisés flotando entre juncos. Egipto me esperaba, y yo, como un niño curioso, fui a su encuentro.

La llegada a El Cairo fue como lanzarse de cabeza a un torbellino. Tráfico caótico, ruido incesante, calles que parecían no dormir nunca. Pero también fue entrar en un universo de contrastes: modernidad y tradición, rascacielos y mezquitas milenarias, mujeres con burka cruzando la calle junto a otras en jeans y camiseta, autos lujosos al lado de burros tirando carretas.
En este torbellino, el idioma se convierte en una muralla invisible. Hablar solo español te deja casi mudo. Aunque los hoteles ofrecen traductores –negociadores expertos que logran que termines contratándolos a precios... egipcios–, es vital tener un mínimo dominio del inglés. Porque perderse en El Cairo no es difícil. Volver al punto de partida, sin una palabra en común con los locales, puede convertirse en una verdadera odisea.
Pero El Cairo también tiene su ritmo, su magia. Una ciudad que te sumerge en un vaivén de comercio, espiritualidad y cotidianidad. Donde el tiempo parece correr diferente y la historia te respira en la nuca.
Una lección que aprendí rápido es que los egipcios no venden: seducen. Son encantadores por naturaleza, expertos en detectar el punto exacto donde tu curiosidad se convierte en deseo. En cuestión de minutos, te verás cargando papiros, frascos de perfumes mágicos, túnicas de algodón y piedras de alabastro que –aunque preciosas en el momento– no siempre sobreviven a los 15.000 kilómetros de regreso a casa.
Negociar no es una opción: es una obligación. Y más que eso, es un ritual. Ellos disfrutan del proceso. Regatear es una danza donde nadie se ofende y todos esperan salir ganando. Si pagas el precio inicial, probablemente acabas de financiar el almuerzo del vendedor... y el de su primo.

Este juego de la negociación, lejos de ser una molestia, me dejó una valiosa enseñanza: en el mundo empresarial, como en los mercados de El Cairo, la confianza, el valor percibido y la capacidad de escuchar al otro son claves. No se trata solo de vender. Se trata de conectar.
Una de las imágenes que más me impactó fue la de una joven egipcia al volante de un coche deportivo, con gafas de sol, una gran sonrisa y un pañuelo ligero cubriéndole el cabello. Esa imagen resume el espíritu contradictorio y evolutivo del país.
Egipto es un país profundamente patriarcal, donde la mayoría de los trabajadores en hoteles, restaurantes y comercios son hombres. Sin embargo, también es una nación que transita una transformación lenta pero decidida en cuanto a los roles de género. Las mujeres han conquistado espacios impensables décadas atrás, y aunque muchas siguen vistiendo al estilo tradicional, otras eligen libremente cómo vestirse, cómo actuar, cómo participar en la vida pública.
Esta diversidad dentro de una misma sociedad me recordó la importancia del respeto por el otro, de no imponer miradas occidentales en contextos ajenos, y de aprender a mirar sin prejuicios. Una lección valiosa también en el mundo corporativo: la inclusión y la diversidad no son uniformidad, sino la convivencia de múltiples formas de ser.

Visitar una mezquita es mucho más que quitarse los zapatos y cubrirse los hombros. Es entrar a un espacio donde el silencio se transforma en oración y donde los horarios son regidos por la fe. En cada llamada del muecín, el espíritu de la ciudad parece detenerse. Hay una solemnidad que sobrecoge incluso al visitante más escéptico.
Pude subir a una de las torres y contemplar El Cairo desde lo alto. Desde esa perspectiva, el bullicio se amortigua y lo que queda es una imagen poética de la ciudad: cúpulas, techos irregulares, callejones infinitos y, al fondo, una línea casi imperceptible del Nilo dibujando su camino.
Es imposible no pensar en el valor del tiempo y la pausa. En cómo, en medio del vértigo diario, estas comunidades se dan el lujo de detenerse cinco veces al día para orar. ¿Cuántas veces nos detenemos nosotros a respirar, agradecer o simplemente a reconectar con nuestro propósito?
Cuando uno llega a Ghiza y las ve... no hay palabras. Puedes haberlas visto en documentales, en libros, en películas. Pero nada se compara con tenerlas frente a ti. KEOPS, KEFREN, MICERINOS. Colosos de piedra que desafían al tiempo y a la lógica.
Y junto a ellas, la Esfinge. Majestuosa. Enigmática. Como si estuviera esperando a que alguien finalmente entendiera su mensaje.
Recorrimos parte del complejo, entramos a una tumba, escuchamos a los guías explicar que muchas de las pirámides menores eran para las esposas de los faraones, hoy reducidas a montículos de piedra. Todo es historia viva. Un museo al aire libre.
Y por la noche, el espectáculo de luces y sonido es simplemente conmovedor. La historia de las pirámides narrada en varios idiomas, acompañada por la música y el juego de luces sobre las piedras milenarias, te hace sentir parte de algo más grande, más profundo, más humano.
Luxor es otra dimensión. El Nilo fluye con majestuosidad y cerca de él se encuentra uno de los lugares más impactantes del viaje: el Valle de los Reyes. Allí descansan los faraones, o lo que queda de ellos. Las tumbas están labradas en las entrañas del desierto, como una forma de protegerlas de saqueadores y del olvido.
Entrar en una de ellas es como viajar al pasado. Colores vivos, inscripciones jeroglíficas, túneles interminables. Todo diseñado con una lógica espiritual profunda: preparar al faraón para la vida eterna. Irónicamente, muchos de esos tesoros hoy descansan en vitrinas de museos occidentales.

Aquí también te venden “el auténtico manto de Tutankamón”... y si no estás atento, puede que termines comprándolo. El humor local es parte del paisaje. Pero incluso eso tiene su lección: no todo lo que brilla es oro, y en la vida, como en los negocios, hay que saber distinguir entre valor real y apariencia.
La última parada fue Hurgada, donde se desarrollaría nuestro taller de trabajo en equipo. Un paraíso frente al Mar Rojo, tomado por el turismo ruso, con una energía totalmente distinta a la del resto del país.
Aquí, más que el inglés, es el ruso el idioma útil. Las calles son más tranquilas, los rostros más relajados. Es una ciudad cálida, donde casi nunca llueve, y en la que cada rincón parece una invitación a la contemplación.
Desde Hurgada organizamos una expedición al desierto. Una experiencia fascinante. Duna tras duna, el paisaje se volvía más imponente, más silencioso. En medio del calor y del polvo, uno aprende el valor de la resistencia, del trabajo en equipo, de confiar en el otro para seguir adelante. Metáforas que aplican tanto a un proyecto empresarial como a la vida misma.
De regreso a casa, con el equipaje lleno de souvenirs y el corazón lleno de memorias, entendí que este viaje no fue solo turístico ni académico. Fue una travesía transformadora. Un recorrido que me ayudó a ver el mundo con otros ojos, a valorar la riqueza de las culturas distintas, a entender que el liderazgo, la estrategia y la gestión también se nutren de la sensibilidad, de la espiritualidad y del respeto por lo diferente.
Egipto no es solo un país. Es un maestro silencioso que nos recuerda que todo lo que construimos puede durar milenios... o desaparecer en cuestión de días si no está bien cimentado.
En los negocios, como en las grandes civilizaciones, lo que permanece es lo que se hace con propósito, con sentido, con visión de futuro.
**José Manuel Vecino P. Magister en Gestión Ambiental, Especialista en Gestión Humana, Gerente de Gestión Humana, Consultor empresarial y Docente Universitario. Escríbeme a jmvecinop@pioneroslatam.com