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COSECHANDO ESPERANZA: LA HISTORIA DE MIGUEL EL SEMBRADOR

Por: José Manuel Vecino P.*

En una tranquila tarde de primavera, en el antiguo salón de la escuela, el maestro reunió a sus discípulos en círculo, con una chispa de emoción brillando en sus ojos sabios. Ante ellos, sostenía una bolsa de semillas y una mirada llena de significado. Con voz serena pero llena de autoridad, el maestro comenzó a relatar una historia que había sido transmitida a través de generaciones, una historia que encerraba en sus raíces una lección profunda sobre la importancia de perseverar en medio de la adversidad.

En un pequeño pueblo rodeado de campos verdes y montañas majestuosas, vivía un hombre cuyo amor por la tierra rivalizaba con la luz del sol que iluminaba cada mañana. Este hombre, conocido como Miguel, no solo cultivaba la tierra, sino que también sembraba sueños con cada paso que daba.

Cada mañana, antes de que el sol se alzara sobre el horizonte, Miguel se preparaba para su tarea diaria. Con una bolsa de semillas al hombro y un corazón rebosante de esperanza, se adentraba en los campos, listo para sembrar vida dondequiera que fuera necesario.

Lo que hacía único a Miguel no era solo su dedicación incansable, sino su forma de sembrar. No se detenía ante los terrenos aparentemente improductivos; no había roca demasiado dura, camino demasiado transitado o espinos demasiado punzantes para él. Su fe en el poder de cada semilla era inquebrantable.

Los lugareños, al principio, observaban con escepticismo su labor aparentemente inútil. Algunos incluso murmuraban que estaba desperdiciando su tiempo y sus recursos en lugares que nunca darían fruto. Pero Miguel seguía adelante, con una sonrisa en el rostro y un brillo de determinación en los ojos.

Con el tiempo, la magia de sus acciones comenzó a revelarse. En los campos más fértiles, las semillas germinaban con vigor, floreciendo en hermosas plantas que ofrecían frutos abundantes. Sin embargo, lo que dejaba a todos maravillados era lo que ocurría en los lugares más inhóspitos.

Las semillas que Miguel había esparcido en la roca encontraban grietas donde aferrarse, enviando raíces profundas en busca de nutrientes. Aquellas semillas sembradas en los caminos, desafiando el constante paso de pies, encontraban su espacio entre las grietas del suelo compactado. Y las semillas entre espinos, desafiando las adversidades, luchaban por alcanzar la luz del sol.

Los resultados de su labor eran una lección para todos aquellos que alguna vez dudaron de su método. Miguel había demostrado que, con paciencia y fe, incluso las situaciones más difíciles podían convertirse en tierra fértil para el crecimiento y la prosperidad.

Al final de cada jornada, cuando el sol se ocultaba en el horizonte y el cielo se teñía de tonos dorados y rosados, Miguel miraba con orgullo los frutos de su trabajo. Sabía que cada semilla sembrada representaba una oportunidad, un rayo de esperanza en un mundo lleno de incertidumbre. Y aunque algunos pudieran ver su labor como una tarea ardua e infructuosa, él entendía que el verdadero poder residía en la perseverancia, en continuar sembrando incluso cuando los resultados no eran inmediatos. Porque Miguel sabía que, en el vasto campo de la vida, cada semilla plantada con amor y dedicación eventualmente encontraría su momento para florecer, recordando así a todos la importancia de no rendirse ante la adversidad y mantener viva la llama de la esperanza en cada corazón.


**JOSE MANUEL VECINO P.

Filósofo, especialista en Gestión Humana y Magíster en Gestión Ambiental. Si deseas comunicarte conmigo puedes hacer escribiendo a pioneroslatam@gmail.com

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