CUANDO EL SUELO DESAPARECE: LA INESPERADA DANZA DEL DESPIDO
- Pioneros LATAM Colombia
- 23 sept
- 5 Min. de lectura
Por: José Manuel Vecino P.*
Hay momentos en la vida profesional que marcan un antes y un después, como un terremoto silencioso que, sin previo aviso, sacude el suelo bajo nuestros pies. El despido es uno de ellos. No importa cuán sólido creamos que es nuestro presente, cuán seguros nos sintamos de nuestro puesto o cuán imprescindibles pensemos que somos para la organización: el día menos pensado podemos escuchar esas palabras que nos dejan en suspenso, en un vacío emocional y existencial del que no es fácil escapar.
El despido suele llegar como un visitante incómodo, inesperado y frío. Se cuela en nuestras rutinas con la misma discreción con la que cae una sombra al final de la tarde. Un sobre en el escritorio, una reunión “urgente” con el jefe, una llamada corta de recursos humanos, un correo con un tono impersonal: cualquiera de estas formas puede ser el inicio de una experiencia que desacomoda, duele y nos enfrenta cara a cara con la vulnerabilidad.
Este artículo es una reflexión sobre ese instante sorpresivo que desbarata nuestras certezas y nos obliga a reinventarnos. Una invitación a aceptar que la seguridad absoluta no existe, que la estabilidad laboral es frágil, y que siempre debemos estar preparados para reconstruirnos cuando la vida profesional nos coloca frente a un muro inesperado.

El despido tiene algo de traición silenciosa. Muchas veces ocurre en el momento en que más confiados estamos: cuando los resultados parecen sólidos, cuando creemos que nuestro aporte es insustituible o cuando el día a día se ha vuelto rutina y seguridad. Precisamente ahí, en ese instante de aparente calma, puede irrumpir la tormenta.
El impacto es comparable al de un accidente: desorientación, incredulidad, negación. Se activa un torbellino emocional que incluye miedo, enojo, tristeza y hasta vergüenza. Porque más allá del fin de un contrato, el despido nos confronta con nuestra identidad, con ese “quién soy” que tantas veces hemos ligado a lo que hacemos.
Lo más duro no es la carta de terminación ni la liquidación: es ese instante en el que sentimos que el suelo desaparece, que nos quedamos bailando en el vacío, suspendidos en una coreografía forzada de incertidumbre.
El mundo laboral moderno nos ha vendido la idea de la fidelidad recíproca entre trabajador y empresa. Creemos que si damos lo mejor de nosotros, si trabajamos con dedicación, si somos leales y responsables, la organización nos corresponderá con estabilidad y reconocimiento. Pero esa promesa es frágil, casi ilusoria.
Las empresas, incluso las más grandes y aparentemente sólidas, están sujetas a crisis económicas, reestructuraciones, fusiones, adquisiciones, cambios estratégicos. Y lo que ayer fue prioridad, hoy puede ser considerado prescindible. Los organigramas cambian con la misma rapidez con que se actualiza un software. Lo que ayer nos hacía “imprescindibles”, mañana puede ser automatizado, tercerizado o simplemente dejado de lado.
El despido nos recuerda que, en última instancia, somos piezas de un engranaje que se mueve por intereses mayores, muchas veces ajenos a nuestra voluntad o desempeño.

Aceptar que todo puede terminar de manera abrupta no es un ejercicio de pesimismo, sino de realismo. Vivimos en un contexto laboral volátil, incierto, complejo y ambiguo (el famoso mundo VUCA), donde la única certeza es el cambio.
Por eso, más que aferrarnos a la ilusión de la seguridad, deberíamos cultivar la conciencia de la vulnerabilidad. Estar preparados no significa vivir con miedo al despido, sino aprender a diseñar un plan de vida y carrera que no dependa exclusivamente de un contrato. Se trata de construir un “colchón” emocional, económico y profesional que nos permita resistir el golpe y recuperar el equilibrio más rápido.
En otras palabras, debemos aprender a vivir con la maleta lista, no como símbolo de desarraigo, sino como expresión de autonomía y previsión.
El despido activa un proceso muy similar al duelo. Pasamos por etapas que incluyen negación (“esto no puede estar pasando”), ira (“es injusto, no lo merezco”), negociación (“quizás si me hubiera esforzado más…”), depresión (“no voy a conseguir nada mejor”) y finalmente aceptación.
Reconocer que se trata de un duelo ayuda a transitarlo con más claridad. Nos permite entender que no estamos “exagerando” al sentirnos devastados, sino que estamos procesando una pérdida real. Y como todo duelo, requiere tiempo, acompañamiento y resiliencia.
Una de las sensaciones más duras tras el despido es el silencio. La agenda que estaba llena de reuniones, llamadas y tareas, de repente queda vacía. El correo electrónico deja de sonar, el teléfono pierde actividad. Ese silencio es ensordecedor porque nos enfrenta con la soledad y con preguntas incómodas: ¿y ahora qué?, ¿qué soy sin mi cargo?, ¿qué sigue en mi camino?
Esa pausa, aunque dolorosa, es también un espacio fértil. Un paréntesis para repensar prioridades, revisar lo que hemos hecho y lo que queremos hacer. Una oportunidad para transformar la incertidumbre en posibilidad.
¿Cómo estar listos para algo que, por definición, es sorpresivo? No se trata de adivinar cuándo ocurrirá, sino de mantenernos en estado de preparación permanente. Algunas claves son:
Diversificar nuestras fuentes de ingreso. No depender de un solo empleador. Emprender pequeños proyectos paralelos o desarrollar habilidades que puedan monetizarse.
Invertir en formación continua. La actualización permanente es la mejor vacuna contra la obsolescencia.
Construir redes sólidas. Los contactos son puentes hacia nuevas oportunidades. Un despido puede ser menos devastador si tenemos vínculos activos con colegas, clientes y comunidades profesionales.
Cuidar la salud emocional y financiera. Un ahorro, un plan de respaldo, y la práctica de la resiliencia emocional hacen la diferencia.
Redefinir la identidad más allá del cargo. Ser conscientes de que “no somos nuestro trabajo”, sino seres humanos con talentos que trascienden una tarjeta de presentación.

Aunque el despido es doloroso, también puede convertirse en un catalizador de crecimiento. Muchas personas descubren en ese vacío un llamado a emprender, a estudiar, a cambiar de sector o a explorar talentos que habían postergado. Lo que en un principio parece un final puede, con el tiempo, revelarse como un inicio inesperado.
Renacer no es inmediato ni sencillo, pero es posible. Requiere paciencia, confianza y la capacidad de mirar más allá del dolor inmediato. Requiere entender que la vida profesional no es una línea recta, sino una danza con pausas, tropiezos y nuevos pasos.
El despido, con su carácter sorpresivo y silencioso, nos recuerda la fragilidad de nuestras certezas. Es un golpe que nos desacomoda y nos obliga a bailar en el vacío durante un tiempo. Pero también es una lección de humildad y de preparación: nadie es imprescindible, y la seguridad absoluta no existe.
Lo que sí existe es nuestra capacidad de reinventarnos, de tomar aire en medio del vértigo, de encontrar nuevos horizontes cuando la bruma se disipa. La vida profesional, como la vida misma, es un constante proceso de pérdidas y comienzos. Y el despido, aunque doloroso, puede convertirse en un punto de inflexión para descubrir que más allá del cargo, del salario y del escritorio, seguimos siendo dueños de nuestro futuro.
Porque cuando el suelo desaparece bajo nuestros pies, lo que nos sostiene no es la empresa que dejamos atrás, sino la fortaleza que hemos cultivado para volver a levantarnos.
**José Manuel Vecino P. Magister en Gestión Ambiental, Especialista en Gestión Humana, Gerente de Gestión Humana, Consultor empresarial y Docente Universitario. Escríbeme a jmvecinop@pioneroslatam.com
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