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RUMBO AL LIDERAZGO, UN CAMINO CON ROSAS, PERO TAMBIÉN CON ESPINAS


Por José Manuel Vecino P.*

La brisa de la mañana acariciaba el rostro de Laura mientras salía del edificio, el corazón aún acelerado por la noticia que acababa de recibir: había sido seleccionada como la nueva directora de su área. La emoción era casi tangible, el reflejo de años de esfuerzo y dedicación. Desde pequeña, Laura soñaba con ser una líder; aquella persona que los demás miran con admiración y respeto, capaz de tomar decisiones importantes y cambiar el rumbo de las cosas. Y finalmente, ese día había llegado.

La llegada al jardín de rosas

Cuando Laura asumió el nuevo puesto, todo parecía perfecto. Las felicitaciones de sus compañeros y superiores la rodeaban, como si hubiera llegado a un jardín lleno de rosas. Cada nueva reunión, cada nuevo reto se sentía como una oportunidad para brillar, y la sensación de haber alcanzado una meta soñada se reflejaba en su ánimo diario.

"Es tal como lo imaginé", pensaba Laura mientras revisaba el plan de trabajo del mes. "Ahora todo será cuestión de aplicar lo que he aprendido y seguir adelante". Las rosas a su alrededor representaban el éxito, el reconocimiento, el respeto de su equipo. Era fácil pensar que el liderazgo estaba lleno de gratificación instantánea.

Pero pronto, mientras avanzaba por ese jardín, Laura comenzó a notar algo más. Detrás de las coloridas flores que la rodeaban, también había espinas. Espinas que no eran visibles desde el exterior, pero que se volvían más evidentes con cada paso que daba.

Las espinas del liderazgo: cuando la realidad muerde

El primer desafío llegó casi sin avisar. Un conflicto dentro de su equipo, donde dos miembros clave no lograban trabajar juntos, ponía en riesgo el progreso de un proyecto importante. Laura, quien hasta ese momento pensaba que liderar era una cuestión de guiar y motivar, ahora debía enfrentarse a la difícil realidad de la mediación. Descubrió que no siempre podía complacer a todos, y que tomar decisiones que afectaban el bienestar del grupo a menudo implicaba asumir el papel de "la mala del cuento". Las espinas se hicieron más evidentes, pinchando con cada decisión que no lograba satisfacer a todos.

Con cada paso, Laura entendió que el liderazgo no solo consistía en trazar la visión del futuro y ejecutar estrategias, sino también en manejar las emociones humanas, los egos, las expectativas y, a menudo, las decepciones. El camino estaba lleno de imprevistos, y ella debía enfrentarlos con la misma gracia con la que había aceptado los halagos en sus primeros días. La tentación de pensar que todo sería sencillo, que cada rosa estaba libre de imperfecciones, se desmoronaba frente a la realidad de las espinas que ahora rasgaban su optimismo inicial.

Rosas y tentaciones: la ilusión de un liderazgo fácil

Uno de los mayores desafíos que enfrentan quienes están por asumir cargos de liderazgo es la tentación de creer que, una vez en la posición, todo fluirá naturalmente. El poder de la "rosa" es tentador. ¿Quién no ha soñado con dirigir equipos exitosos, tomar decisiones cruciales y recibir reconocimiento constante por el trabajo bien hecho?

Sin embargo, esa tentación puede ser peligrosa. Muchos líderes novatos, como Laura, inician su recorrido con una visión idealizada del cargo. Ven las rosas —las recompensas y los beneficios— pero no se dan cuenta de las espinas hasta que estas los alcanzan. La creencia de que todo saldrá bien solo por ocupar una posición de autoridad es uno de los errores más comunes.

Es fácil dejarse llevar por la emoción inicial. Reuniones estratégicas, la atención de la dirección general, el respeto y admiración del equipo. Pero el liderazgo es más que una serie de acciones visibles. En el fondo, se trata de resolver conflictos, asumir la responsabilidad de los fracasos y gestionar expectativas, incluso las propias.

Las espinas del día a día: la soledad del líder

Conforme avanzaba en su rol, Laura comenzó a darse cuenta de otro aspecto inesperado del liderazgo: la soledad. En su puesto anterior, formaba parte de un equipo en el que compartía sus preocupaciones y frustraciones con sus compañeros. Ahora, como directora, ya no podía compartir sus dudas de la misma manera. Ser la figura de autoridad significaba que, en muchos casos, debía tomar decisiones difíciles sola y, lo más complicado, aparentar confianza, incluso cuando no la sentía.

La soledad es una espina que muchos líderes no anticipan. La responsabilidad final recae sobre ellos, y en momentos de crisis, no siempre hay alguien en quien apoyarse. Si bien un líder tiene equipos y colaboradores, las decisiones más críticas, las que afectan la dirección de la organización, son suyas y de nadie más.

La espina de la presión: la constante expectativa

La presión es una compañera constante para quien lidera. Para Laura, esa presión se hizo evidente en las primeras semanas de su nuevo cargo. Su equipo esperaba que tuviera todas las respuestas, que supiera exactamente cómo actuar en cada situación, y que resolviera los problemas con agilidad. Lo que no sabían es que Laura también estaba aprendiendo en el proceso.

El liderazgo requiere actuar bajo presión, y a menudo, la expectativa de perfección puede convertirse en una carga abrumadora. Aquí es donde muchas de las espinas afloran. Cada error parece amplificado, cada mala decisión puede generar consecuencias que, antes, no habrían recaído directamente en sus hombros.

Para muchos, esa expectativa puede ser paralizante. Sin embargo, los mejores líderes son aquellos que, aun reconociendo el peso de la responsabilidad, aprenden a seguir adelante. No se trata de ser infalible, sino de tener la capacidad de aprender de cada error y seguir tomando decisiones valientes.

Las lecciones entre las rosas y las espinas

Con el paso de los meses, Laura comenzó a ver el liderazgo desde una perspectiva diferente. Las espinas seguían allí, y siempre lo estarían, pero también comprendió que había un equilibrio entre las rosas y las espinas. Cada reto superado, cada decisión difícil que tomaba, le ofrecía la oportunidad de aprender y crecer. La clave, descubrió, no era evitar las espinas, sino aprender a manejarlas.

El liderazgo es un camino complejo, lleno de ilusiones y realidades. Para quienes están a punto de asumir cargos directivos, es importante recordar que no hay atajos en este viaje. Las rosas están ahí, y son parte del encanto del liderazgo: el éxito, el reconocimiento, la posibilidad de influir en el futuro de la organización. Pero también están las espinas: los momentos difíciles, las decisiones solitarias, los errores y las frustraciones.

Conclusión: un camino hacia el crecimiento personal

Por último, Laura comprendió que cada rosa y cada espina tenían un propósito. Las rosas le recordaban que el liderazgo era gratificante, que su esfuerzo valía la pena. Pero las espinas, en última instancia, eran las que realmente la formaban como líder. Eran los desafíos y las dificultades los que sacaban a relucir su verdadera capacidad, su resiliencia y su determinación.

El liderazgo no es solo una posición, es un camino de aprendizaje constante. A quienes están próximos a asumir ese rol, recuerden que las rosas pueden ser hermosas, pero son las espinas las que realmente nos moldean. El verdadero éxito no reside en evitar los momentos difíciles, sino en aprender a enfrentarlos con valentía y con la convicción de que cada paso, tanto los agradables como los dolorosos, nos acerca a ser mejores líderes.

 

*José Manuel Vecino P. Magister en Gestión Ambiental, Especialista en Gestión Humana, Gerente de Gestión Humana, Consultor empresarial y Docente Universitario. Escríbeme a jmvecinop@gmail.com

 

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