"EL RINOCERONTE QUE NO SE DEJÓ DOMAR: UNA HISTORIA DE ÉXITO EN MEDIO DEL RUIDO"
- Pioneros LATAM Colombia
- hace 3 días
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Por: JOSÉ MANUEL VECINO P.*
Dicen que el éxito hace ruido. Pero en estos tiempos, también hace escándalo. Apenas alguien se atreve a avanzar con paso firme, a romper la rutina del rebaño, a levantar polvo con cada paso, aparecen los ecos del juicio, los dedos señalando, las voces disfrazadas de opinión que terminan siendo dardos envenenados. En ese mundo caótico, ruidoso y feroz, aparece nuestro protagonista: un rinoceronte. No por torpe, ni por bruto. Por fuerte. Por determinado. Por indomable. Esta no es solo la historia de un animal salvaje abriéndose paso por la sabana. Es la metáfora viva de todo aquel que ha decidido avanzar, a pesar del barro, de las críticas, de los likes con doble filo, de los hashtags irónicos y de los juicios que abundan en los timelines.

Todo comenzó el día que dejó de pedir permiso. Mientras las gacelas se paralizaban por el qué dirán y los monos se reían desde la seguridad de los árboles, él simplemente caminó. Un paso. Luego otro. Y otro más. No tenía la agilidad del jaguar ni la aprobación del león, pero sí una piel gruesa, un corazón terco y un objetivo claro. Las hienas murmuraban, los pájaros trinaban burlas disfrazadas de consejos y las serpientes le susurraban al oído que no lo lograría, que era demasiado lento, demasiado grande, demasiado él. Pero el rinoceronte no respondía. Porque sabía que cuando respondes a cada ladrido, te vuelves tan ruidoso como quienes intentan detenerte.
Y entonces llegó el bulling digital. En forma de memes, comentarios sarcásticos, campañas virales para ridiculizar su torpeza. “¿Quién se cree ese rinoceronte?”, escribían. “¡Está fuera de lugar!” “¡Mira cómo se mueve! ¡Qué vergüenza!” Un video suyo, tropezando en el lodo, se volvió tendencia. Las risas se multiplicaron. La presión crecía. Y la duda, esa sombra que se filtra por las grietas del alma, comenzó a instalarse. Porque no se necesita una estampida para detener a un rinoceronte. A veces basta una opinión viral.
Pero justo cuando parecía que se detendría, hizo algo inesperado: se volvió aún más silencioso. No respondió, no explicó, no se justificó. Cambió de ruta, no de destino. Se enfocó. Afiló su cuerno. Fortaleció su piel. Y decidió que cada crítica sería solo una piedra más en el camino que estaba construyendo. Entendió que si dejaba que otros manejaran su autoestima, viviría atrapado en un zoológico invisible, cómodo pero sin libertad.

En ese momento, empezó a aplicar estrategias que cualquier persona decidida puede adoptar frente al acoso digital. Primero, eligió sus batallas: no todo comentario merece respuesta, y no todo ataque debe volverse personal. Luego, fortaleció su círculo: se rodeó de otros rinocerontes, de quienes no tenían miedo de avanzar, aunque les llovieran flechas. También se entrenó para el ruido: aprendió que en redes sociales, quien calla y actúa, siempre avanza más que quien grita y se estanca. Y sobre todo, se recordó cada día que su valor no dependía del algoritmo, ni de la aprobación pública, sino de su propósito y su coherencia.
Los que alguna vez se burlaron, comenzaron a enmudecer. Porque no hay forma de detener a alguien que no se rinde. Aquel rinoceronte que tropezó, que fue viral por las razones equivocadas, terminó siendo tendencia por su resiliencia, por su capacidad de resistir sin perder su esencia, por demostrar que no hace falta ser aceptado por todos para llegar lejos.
Muchos empezaron a preguntarse cómo lo había logrado. Esperaban una fórmula, una venganza elegante, un truco mediático. Pero su éxito era mucho más simple: avanzar, a pesar del ruido. No desaparecer, no esconderse, no rendirse. Solo avanzar. Con estrategia, con dignidad, con fuerza.

Y entonces algo cambió. El ruido no desapareció, pero ya no dolía. Porque había aprendido a no tomarlo como juicio, sino como confirmación: si incomodas, es porque te estás moviendo. Si te critican, es porque estás haciendo algo que otros temen hacer. Si te observan, es porque destacas. Y eso, para un rinoceronte, es señal de que va en la dirección correcta.
Así que, si tú también has sentido el peso de las redes sociales, el juicio gratuito, el acoso disfrazado de broma o la crítica disfrazada de consejo, recuerda esta historia. No estás solo. Todos, en algún momento, hemos sido rinocerontes heridos. Lo importante no es cuántas veces tropezamos, sino cuántas veces decidimos seguir, aunque el barro nos salpique el rostro.
Porque al final, el éxito no es llegar primero ni ser aplaudido por todos. Es avanzar fiel a ti mismo, resistir los embates del juicio ajeno y no permitir que el ruido externo apague tu voz interna.
Y tú, ¿has sido alguna vez un rinoceronte juzgado por caminar a tu ritmo? ¿Qué estrategias usaste para seguir adelante? Me encantaría leer tu historia. Porque quizá, al compartirla, inspires a otros rinocerontes a no rendirse jamás.
**José Manuel Vecino P. Magister en Gestión Ambiental, Especialista en Gestión Humana, Gerente de Gestión Humana, Consultor empresarial y Docente Universitario. Escríbeme a jmvecinop@pioneroslatam.com
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